Estábamos en pleno devore del suculento bocata que cada mañana solian prepararnos, no diré el nombre del bar, pero si que estaba en Santa Eulalia, en Ibiza, cuando alguien pasó por la acera más pegada al establecimiento. Las cristaleras del bar daban a las dos calles, luego podía verse desde dentro cualquiera que pasase...Un ibicenco, que formaba parte del grupete de currantes lo vino a señalar, pero acompañando la acción con un descarado gesto de complicidad y no menos cautela.
-Ese es el hijo del cura...dijo susurrando.
-¿El hijo del cura?...preguntamos los demás al unísono, tres o cuatro, no recuerdo cuantos éramos.
-!Si, si, el hijo del cura!...lo recalcó con una convicción que no admitía duda.
Decir aquello de un cura, en aquella época, eran palabras mayores. Franco todavía vivía y en la isla, los aires de cambio apenas si se notaban pese a la marabunta hippy que estaba en pleno apogeo. La Guardia Civil se cebaba con aquellas extranjeras que con toda inocencia, se atrevian a mostrar sus exuberancias tras los exiguos biquinis, cuando no el tetamen libre de toda prenda limitadora, a excepción de la braguita, que si permanecería en su lugar todavía algunos años más.
Casi se podria afirmar sin el menor resquicio a la duda, que en Ibiza, en esa época, se estaba dando cita, aunque sin mezclarse, dos grupos sociológicos de distinto origen. Por un lado, la movida hippy, totalmente foránea, que representaba la vanguardia social mas revolucionaria conocida hasta entonces y que preconizaba una genuina vuelta a los orígenes, quiero decir a una vida de integración total y absoluta con la naturaleza...por el otro, la sociedad propia ibicenca, la autóctona, que no necesitaba ninguna vuelta de nada porque vivian ya en ella. La diferencia entre ellas radicaba en los montantes monetarios que manejaba cada grupo social, o sea, su poder económico... Mientras los "jipis" vivian la naturaleza a expensas de los giros mensuales que recibian de papá, los de aquí, se las veian negras para extraer de aquel inhóspito medio, el minimo sustento. Aunque la pobreza exterior eran equiparables, las diferencias entre ambos grupos sociales eran abismales. Si unos provenian de una sociedad que acababa de pisar la luna, los de aquí apenas si habian evolucionado desde la época de Cristo, tal era el atraso secular de los isleños. Dos mil años les separaban y casi me atrevo a decir que me quedo corto...En determinadas zonas de la isla, las transaciones de bienes se realizaban con montoncillos de monedas, las de diez céntimos de la época, que estaban retiradas de la circulación, la de dos reales y las de peseta, incluido los gastadísimos billetes de peseta y cinco pesetas...yo fuí testigo de alguna.
-¿Como que es el hijo del cura?...!Explícate!...casi le exigimos a la vez.
El lenguaraz ibicenco, con la suficiencia de quien maneja un arcano que solo él conoce las claves, nos fue desgranando las pautas de una "tradición" ancestral, que de tan antigua, se perdía en la profundidad de los tiempos.
-Todas las mujeres de la isla -prosiguió- antes de casarse o previo al matrimonio, debian de pasar en la casa del cura, dos semanas de ejercicios espìrituales...Entiéndase las semanas integras, con sus dias y sus noches. El poder del cura era omnímodo y el terror que emanaban las sotanas sobre aquella población indefensa, famélica, atrasada e ignorante, era absoluta. El asunto se aceptaba como un mal necesario e inevitable, como única forma de evitar males mayores, la voluntad de Dios se diría...Lo habitual era que la chica quedara preñada y al primer vástago, se le llamara el "hijo del cura"...toda una institución en la historia negra de Ibiza, o blanca, según se mire..la endogamia entre los isleños era profunda y la aportación de nueva sangre por los curas peninsulares, venia a paliar de alguna manera el marasmo congénito...
-!Dios mio!...!Aquí el derecho de pernada lo tenian los curas!...!Y lo tienen en vigor hasta el dia de hoy!...estuve a punto de preguntarle si su madre también habia pasado por ello, pero por fortuna me contuve...
Entre la incredulidad y la sorpresa, cuando no el asombro, aquel nativo, nos fué relatando docenas de anécdotas relacionadas con este insólito Derecho de Pernada o de Sotana, más bien. En Ibiza había unas veinte parroquias con Iglesia, cementerio y casa del retor, una al lado de la otra. Cada una de ellas era un feudo y la casa del cura, un picadero que controlaba deteminada población, la mayoría dispersa en caseríos, a excepción de los nucleos importantes como Vila, (Ibiza), Santa Eulalia, San Antonio. El resto, San Juán, Jesús, San Rafael, Santa Gertrudis, San Carlos -donde moraban los "jipis"- San Miguel, San Agustín, San Mateo, etc, todo nombres de santos y santas, lo que dan una idea de hasta que punto la Iglesia tenía minada la isla.
Después, durante algunos años, intenté sonsacar la historia del "hijo del cura" con algunos ibicencos. Si cierto es que todos lo admitian, ninguno queria abrir el tema, zanjando la cuestión con un vago "eso era antes"...
Pero si tuve ocasión de "asistir" indirectamente, a una fuerte discusión entre varios hermanos en los aledaños de un bar, por algo que me pareció sobre alguna herencia...De uno de ellos surgió la frase maldita...tu eres el "hijo del cura", mientras los demás asintían...
En el fondo tampoco fué tan grave, digo yo...Por una vez, las mujeres podían follar a discrección sin que las tildaran de putas. Y encima bendecidas. Bueno, voy a trincarme un Marqués de Velilla...Va por el hijo del cura...