EL AMOR Y SUS SUCEDANEOS

Tras el post de transición dedicado al siniestro Rasputín hispano, el trapero mas rastrero en el uso de la daga, el puñal y la navaja, que jamás pariera madre, aunque no naciera en Albacete ni en Toledo, que tierras de noble acero son, sino en........., para desdicha de sus homónimos, que deberan cargar con el pesado lastre identitario de este gurú de la ponzoña letal, y no me cansan los epítetos, tal fuera su colección de venenos y vesanías acumuladas en su faltriquera, que dejara en entredicho a la misma Mesalina...Claro que, entonces los trenes todavía no se habian inventado, ni las mochilas, ni los móviles, ni el Titadine...Tampoco se diera en la antigua Roma, seamos serios, unos sátrapas con el poder y la vileza de Gonzalez o Zapatero, que le dieran cuartelillo para campar a sus anchas....Calígula o Nerón, pese al incontestable bagaje de hemoglobina a sus espaldas, no me parecen homologables a estos de aquí, que quieren que les diga...Pero ya cierro el capítulo, que tiempo habrá de retomarlo...

Quería escribir algo sobre el post "Ideologías y creencias" que levantó bastante polémica entre sus Eminencias. Visto lo visto, parece que en vez de ayudar a clarificar unas áreas de pensamiento siempre conflictivas, como era mi intención, lo que trajo fué más confusión para mi sorpresa. Me temo que se diera más importancia a lo accesorio y se soslayara lo esencial, que era resaltar lo nefastas y dañinas que resultaban las creencias e ideologías para la libertad de pensamiento...eso en el mejor de los casos. En el peor, que el artículo sirviera de excusa, como así fué, para dirimir diferencias, juicios de valor, rivalidades soterradas, celos o liderazgos...A por ropa, que hay poca, señores, pero yo no entro...O si, según se mire. En algún momento me sentí dentro de la tramoya, si no como protagonista, si como espectador de privilegio que disfrutaba como un enano de las secuencias de un guión no escrito tan insólito como inesperado que se desarrollaba ante mis narices...

Pero entro en materia, que de amores va la cosa...Mienten quienes dicen amar a Jesús, por poner un ejemplo. O dicen amar a una mujer, a una patria, a un hijo, a una obre de arte, a una composición musical...Confunden amor con otra cosa, algo que sin duda tendrá la debida entidad y razón filológica, pero que no es amor.
Observen...a muchos el "amor" les produce dolor, a otros placer, a otros tristeza, alegría, devoción, delirio, anhelo...A los más, sufrimiento, incluso satisfacciones para algunos, aunque sean los menos...Entonces ¿Que es el amor, el verdadero según tu?. Desde luego nada que signifique trueque. Ello será otra cosa, sin duda, pero no es Amor. Pónganles los sustantivos y adjetivos que deseen, pintenlos del color que mejor les plazca, de deseo, de posesión, enamoramiento, sumisión, abnegación, veneración, solidaridad, entrega, sexo, exaltación, castidad...!hay tantos!...Pero en todod ellos habrá siempre latente un algo a cambio, un poso de interés, un yo te doy, un tu me das, un yo recibo, un precio que se paga, otro que se cobra. Subyace un comercio invisible del instinto, de la sensibilidad y del raciocinio, un trueque que va desde el más grosero y primitivo, hasta el más noble y sublime. Todos juntos, marcando cotización en el inmerso campo bursátil de la vida. Pero en el amor verdadero, ese que yo intuyo, todo eso no existe, no hay trueque alguno, viene a ser como el diamante puro cuando arde, que no deja residuos.
Luego el amor verdadero no es una condición innata del hombre, ni la manifestación de cualquiera de sus potencias, porque no es un instinto, ni un sentimiento, ni tampoco un ejercicio racional. No, no es nada de eso. El amor es algo mucho más sutil, que va muchísimo más allá. El amor se podría definir como un estado de conciencia, como una conquista si se quiere, como una consecuencia. Y así debe ser como meta inexorable de la evolución. El Amor es la perfección, el germen de todo principio, el principio de toda creación...
Pero no me hagan mucho caso, V. Eminencias, debo tener el día tonto. Siempre me ocurre lo mismo cada vez que me trinco una botella de tinto. Cosas derivadas del falso amor, supongo.